martes, 13 de agosto de 2013

los pecados de Juan March



Cuando vivía en Madrid con mis padres, íbamos la familia con frecuencia a visitar a uno de mis tíos en la calle Núñez de Balboa, en el barrio de Salamanca. Pasábamos por delante del palacio de Juan March, y mi padre nos contaba episodios de este personaje de leyenda. Nos explicaba que Juan March había sido el mejor empresario del siglo XX, que había creado multitud de puestos de trabajo, que había contribuido generosamente a la cultura y a la ciencia, etc. La Fundación creada por él, podía compararse a las grandes fundaciones americanas, que tanto han servido para impulsar a las universidades y los institutos de investigación. Todo esto es lo que yo conocía por tradición familiar: un hombre extraordinario que supo levantar un imperio económico, partiendo casi de la nada.
Al venirme a vivir a Mallorca me encontré con una visión del personaje totalmente distinta: sus paisanos me hablaban de un pirata –el último pirata del Mediterráneo-, de un hombre acusado de asesinato, de un arribista que había aprovechado las dos guerras mundiales para enriquecerse, un adúltero con frecuentes infidelidades, etc. Enseguida me lo nombraron por el mote “en Verga” –o Juanito Verga, como se le conocía en Santa Margarita, su pueblo natal-.  En vista de ello me puse a investigar cuál de las versiones se correspondía con la realidad. Como ocurre casi siempre, todo es muy complejo, exige una depuración, y un enmarque del personaje dentro de su tiempo. Por eso su vida, como escribió a su muerte Josep Pla en la revista Destino, sigue siendo una leyenda.
Solamente voy a hablar del final de su vida, de su fe en Dios y en la iglesia, y no de sus pecados. Pecadores somos todos, y para eso está la misericordia del Señor, de la que habla con tanta frecuencia el Papa Francisco. March falleció como consecuencia de un accidente de coche ocurrido el 25 de febrero de 1962. Como otros domingos, se dirigía después de comer por la carretera de La Coruña hacia Torrelodones, a casa de Antonio Rodriguez Sastre. En dirección a Madrid viajaban en un Chevrolet Pedro Martínez Artola, subdirector de Iberduero, y su esposa. El chófer que les conducía tuvo que frenar, derrapó y fue a estrellarse contra el Cadillac en el que viajaba Juan March, conducido por su chófer, y en compañía de su ayuda de cámara.
Todos sufrieron golpes y contusiones, pero Juan March fue el más grave. Algunos coches que circulaban por la carretera se detuvieron, y llevaron al financiero a una clínica madrileña. Tenía ochenta y un años y su estado se diagnosticó como de extrema gravedad. El 4 de marzo viendo ya cercana la hora de su muerte, pidió un sacerdote para confesarse y comulgar. Después de recibir estos sacramentos manifestó que había realizado el mejor negocio de su vida. El 10 de marzo, la prensa publicó la noticia de su fallecimiento.
Había hecho testamento ante notario en julio de 1960. Dejó dicho que su sepelio, funerales y sufragios se celebraran conforme a los ritos de la religión católica, en la que vivía y deseaba morir. Sería largo recordar la generosidad que tuvo con muchas instituciones de beneficencia. Ciertamente Juan March no fue un santo, y tuvo muchas pecados, pero no cayó en el pelagianismo tan en boga en nuestro tiempo, que considera que todos somos buenos y no tenemos que arrepentirnos de nada. Creyó en Dios, en la vida eterna, en la Iglesia, en los sacramentos. Descanse en paz.

Mandado al Mundo no publicado

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