Cuando vivía en Madrid con mis padres, íbamos la familia con
frecuencia a visitar a uno de mis tíos en la calle Núñez de Balboa, en el
barrio de Salamanca. Pasábamos por delante del palacio de Juan March, y mi
padre nos contaba episodios de este personaje de leyenda. Nos explicaba que
Juan March había sido el mejor empresario del siglo XX, que había creado
multitud de puestos de trabajo, que había contribuido generosamente a la
cultura y a la ciencia, etc. La Fundación creada por él, podía compararse a las
grandes fundaciones americanas, que tanto han servido para impulsar a las
universidades y los institutos de investigación. Todo esto es lo que yo conocía
por tradición familiar: un hombre extraordinario que supo levantar un imperio
económico, partiendo casi de la nada.
Al venirme a vivir a Mallorca me encontré con una visión del
personaje totalmente distinta: sus paisanos me hablaban de un pirata –el último
pirata del Mediterráneo-, de un hombre acusado de asesinato, de un arribista
que había aprovechado las dos guerras mundiales para enriquecerse, un adúltero
con frecuentes infidelidades, etc. Enseguida me lo nombraron por el mote “en
Verga” –o Juanito Verga, como se le conocía en Santa Margarita, su pueblo
natal-. En vista de ello me
puse a investigar cuál de las versiones se correspondía con la realidad. Como
ocurre casi siempre, todo es muy complejo, exige una depuración, y un enmarque
del personaje dentro de su tiempo. Por eso su vida, como escribió a su muerte
Josep Pla en la revista Destino, sigue siendo una leyenda.
Solamente voy a hablar del final de su vida, de su fe en Dios y
en la iglesia, y no de sus pecados. Pecadores somos todos, y para eso está la
misericordia del Señor, de la que habla con tanta frecuencia el Papa Francisco.
March falleció como consecuencia de un accidente de coche ocurrido el 25 de
febrero de 1962. Como otros domingos, se dirigía después de comer por la
carretera de La Coruña hacia Torrelodones, a casa de Antonio Rodriguez Sastre.
En dirección a Madrid viajaban en un Chevrolet Pedro Martínez Artola,
subdirector de Iberduero, y su esposa. El chófer que les conducía tuvo que
frenar, derrapó y fue a estrellarse contra el Cadillac en el que viajaba Juan
March, conducido por su chófer, y en compañía de su ayuda de cámara.
Todos sufrieron golpes y contusiones, pero Juan March fue el más
grave. Algunos coches que circulaban por la carretera se detuvieron, y llevaron
al financiero a una clínica madrileña. Tenía ochenta y un años y su estado se
diagnosticó como de extrema gravedad. El 4 de marzo viendo ya cercana la hora
de su muerte, pidió un sacerdote para confesarse y comulgar. Después de recibir estos
sacramentos manifestó que había realizado el mejor negocio de su vida. El
10 de marzo, la prensa publicó la noticia de su fallecimiento.
Había hecho testamento ante notario en julio de 1960. Dejó dicho que su sepelio,
funerales y sufragios se celebraran conforme a los ritos de la religión
católica, en la que vivía y deseaba morir. Sería largo recordar la generosidad
que tuvo con muchas instituciones de beneficencia. Ciertamente Juan March no
fue un santo, y tuvo muchas pecados, pero no cayó en el pelagianismo tan en
boga en nuestro tiempo, que considera que todos somos buenos y no tenemos que
arrepentirnos de nada. Creyó en Dios, en la vida eterna, en la Iglesia, en los
sacramentos. Descanse en paz.
Mandado al Mundo no publicado
El otro día estuve en curso sobre pelaginismo.......
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