Acaban de cumplirse los primeros
días del pontificado del Papa Francisco, y es lógico que muchos hagan balance
de este tiempo, tratando de descubrir el rumbo que quiere imprimir Jorge
Bergoglio a la iglesia. Vaya por adelantado que nadie esperaba la elección de
este Papa, y que las conjeturas se centraban en un italiano –Angelo Scola-, un
norteamericano –Timothy Dolan-, y un guineano –Robert Sarah-. La pregunta que
muchos nos hacemos es la siguiente: ¿qué vieron los cardenales electores en
Bergoglio para que sus votos se centraran en él? Hay que decir que los
cardenales electores constituyen el club más selecto de la tierra: ciento
veinte personas, seleccionadas entre 1.180 millones de católicos. Ellos sabían
lo que hacían, pero el resto no teníamos esa información, y nos hemos ido
enterando de las cualidades de este Papa a lo largo de estos cien días. Me
parece que se pueden resumir en tres puntos las ideas fundamentales que este
Papa quiere subrayar a todo el mundo.
En primer lugar el amor a la
pobreza, a un estilo de vida evangélico, que busca voluntariamente no tener
nada superfluo. En el evangelio se recoge que Jesús siendo rico se hizo pobre
para darnos ejemplo, y que no tenía un sitio donde reclinar la cabeza.
Bergoglio ha elegido el nombre de Francisco, en honor de San Francisco de Asís,
el gran apóstol de la vida pobre. Dice Chesterton en la biografía de este
santo, que Francisco fue el hombre más humilde que ha existido en este mundo. Y
se puede añadir, que ha sido en la historia de la iglesia el que más ha
insistido en el desprendimiento de los bienes materiales. Estos cien días de
pontificado han sido un conjunto de signos en este sentido: no ha hecho ningún
viaje, pensando en los gastos que suponen los desplazamientos del Papa; ha
renunciado a asistir a un concierto de música clásica que se ha celebrado en el
Vaticano, indicando que es un gasto innecesario; ha renunciado a salir de
vacaciones, y pasará el verano en Roma, con las incomodidades que tiene esta
ciudad de altas temperaturas y gran humedad.
En segundo lugar una llamada a la
unidad de los cristianos, a cerrar filas en torno al Papa. No hay que olvidar
que Bergoglio es jesuita, formado en la Compañía de Jesús, la orden más
importante de la iglesia católica. San Ignacio de Loyola su fundador fue un
vasco, profundamente español, que pensaba en su organización como un ejército
de paz a las órdenes del Papa. Quiso que a los tres votos clásicos de las
órdenes religiosas –pobreza, castidad y obediencia- se añadiese un cuarto voto
de obediencia al Santo Padre. No en vano la Compañía de Jesús fue abolida por
la segunda república española, alegando que sus miembros tenían una obediencia
especial a una autoridad extranjera (el Papa). El Superior de los jesuitas es
llamado el General, y tiene una autoridad inmensa sobre cada uno de sus
súbditos, y sobre la compañía en general. Bergoglio sabe que la iglesia no es la Compañía, pero
su modo de gobernar se asemeja al del General de la Compañía.
En tercer lugar, el Papa Francisco quiere una iglesia abierta a todos,
no una secta para unos pocos iniciados, como han querido siempre los
pelagianos. Esto se traduce en que los curas y obispos deben tener “olor de
oveja”, es decir, estar cerca de la gente, facilitando la recepción de los
sacramentos, sin poner pegas innecesarias, que Cristo no puso. También esto
debe traducirse en la disponibilidad de los sacerdotes, estar en las iglesias,
con las puertas abiertas, dispuestos a recibir a todos los que busquen ayuda.
Si esto será una realidad, el tiempo nos lo hará ver.
Publicado en EL MUNDO. MIÉRCOLES 7 DE AGOSTO DE 2013
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