Durante la
pasada Semana Santa, el Papa ha dirigido diversas alocuciones. En una de ellas,
especialmente dirigida a los sacerdotes, pedía a sus hermanos sacerdotes que se
esforzasen por tener “olor de oveja”, que salieran a las calles y se rozasen
con los hombres y mujeres de nuestra época. Les decía que debían dar la vida
por los demás, “dejarse la piel”, sin
conformarse con unos mínimos, propios de un mal funcionario, que no quiere
extralimitarse en sus obligaciones. Y todo esto, sin caer en el pelagianismo.
Pienso que
muchos se han quedado sorprendidos con este término: pelagianismo. ¿De dónde
procede? ¿Tiene algún significado en nuestros días?, ¿son “los pelagianos” una
deriva de las muchas sectas que hoy pululan en nuestra sociedad? ¿Qué ha
querido decir exactamente el Papa Francisco? Vale la pena hacer un poco de
historia.
Había en
Roma, alrededor del año 400, un cristiano, no sacerdote, de origen británico
llamado Pelagio, famoso por haber llegado a ser consejero espiritual de las
clases altas de la ciudad eterna. Era la época en la que las Confesiones de S.
Agustín se habían convertido en un best-seller, dando al obispo de Hipona una
gran popularidad. Los refinados aristócratas romanos comenzaban a pensar que
hacerse cristiano no era necesariamente volverse anti-romano. El prejuicio
anticristiano había remitido, y uno podía ser un buen súbdito del emperador, y
un cristiano coherente.
Estando así
las cosas, Pelagio escribió un comentario a las cartas de San Pablo. En ese libro
defendía que los mandamientos de Dios eran posibles de cumplir, sin una
especial ayuda de Dios. Si el hombre era capaz de elegir, tenía el poder de
cumplir los preceptos divinos, aún el difícil mandamiento que prohíbe las
relaciones sexuales fuera del matrimonio. En definitiva, era poner el acento en la fuerza de los recursos naturales.
Llevada hasta el límite esta posición, no eran muy necesarios los sacramentos,
empezando por el sacramento del bautismo que abre las puertas de la iglesia, y
da el derecho a los auxilios propios de la religión cristiana.
Agustín, por
el contrario, desconfiaba de las fuerzas humanas, pensaba que el hombre era
esencialmente débil, y no podía mantenerse en pie sin la ayuda de la gracia de
Dios. Tanto Agustín, como Pelagio, gozaban de gran predicamento entre la gente
culta de su época. Uno ejercía su influencia desde Roma, la capital del
Imperio. El otro vivía en el norte de África, en la ciudad de Hipona, pero su
prestigio llegaba a todos los rincones del Imperio.
La sucesión
de acontecimientos que condujeron a Agustín y Pelagio hasta un abierto
enfrentamiento fue muy gradual. Al principio, como ocurre tantas veces, los dos pensadores tenían más cosas en común
que diferencias. Poco a poco se fueron distanciando, llegando a defender
posturas difícilmente conciliables. Pelagio era un voluntarista que basaba todo
en el poder de la voluntad, Agustín era providencialista, confiando en la
gracia de Dios.
Agustín fue siempre un pastor que conocía a sus ovejas, que tenía olor
de oveja, y cuidaba su rebaño dándole lo mejor de sí mismo. A este modelo de
sacerdote es al que hace referencia el papa Francisco.EL MUNDO. VIERNES 19 DE JULIO DE 2013
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