viernes, 9 de agosto de 2013

La primera encíclica del Papa Francisco


Hace unos meses salía de la Seo de Palma, cuando una familia alemana se me acercó para preguntarme qué era el Año de la Fe. Habían visto un cartel a la puerta de la catedral, y sentían curiosidad por saber de qué se trataba. Les pregunté si eran católicos, y me dijeron que si, pero no habían tenido noticias de la celebración de un año de la fe. Me di cuenta, una vez más, que la Iglesia tiene un problema gordo de comunicación interna, y otro más gordo de comunicación externa.
La idea de celebrar un año de la fe corresponde a Benedicto XVI, y el motivo próximo ha sido dar solemnidad a los 50 años del concilio Vaticano II y a los 20 de la publicación del catecismo de la iglesia católica. Digo motivo próximo porque la intención del anterior pontífice es mucho más profunda. Desde el comienzo de su pontificado no ha dejado de señalar esa dictadura del relativismo, ejercida contra los creyentes, que hace difícil profesar la fe de la Iglesia. La cultura actual, heredera del pensamiento materialista, impone como un postulado dogmático, la imposibilidad de aceptar un mundo invisible, inmaterial. Con estos fundamentos, conceptos como Dios, alma, otra vida, son insostenibles, y se condenan como residuos de una mentalidad pre científica.
Dentro de las celebraciones de este año de la fe, Benedicto quiso redactar un documento para salir al paso, una vez más, de esos prejuicios pseudocientíficos tan en boga en la sociedad actual. Debido a su renuncia, Benedicto no ha podido publicar la encíclica como Papa, y ha tenido la generosidad de dar el manuscrito a su sucesor, que ha completado el documento, y lo ha publicado con su firma. Una vez más, el Papa explica que fe y ciencia son dos alas que permiten al hombre volar muy alto. La fe y la ciencia no son dos realidades incompatibles. Como, por otro lado, ya había recordado muchas veces el gran Papa Juan Pablo II.
 Al leer la encíclica me acordé inmediatamente de la frase que pronunció Cicerón en el senado romano el 8 de noviembre de 63 a. C., dando a conocer la conjura que preparaba Catilina: Qousque tándem abutare, Catilina, patienta nostra?, que significa: ¿hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia? Yo me preguntaba: ¿Hasta cuando los Papas tendrán que dar explicaciones a la cultura dominante de nuestras creencias? ¿Por qué se descalifica al pensamiento cristiano como algo atrabiliario, indigno del mundo actual?¿No ha quedado claro con las distintas intervenciones de Benedicto XVI que la Iglesia no está en contra del progreso científico?.
Como Francisco ha comentado, esta encíclica está escrita a cuatro manos: las de Benedicto y las de Francisco. Por una parte, Benedicto, antiguo profesor de Universidad gran conocedor del pensamiento contemporáneo, con innumerables publicaciones, que han sido auténticos best-sellers, ha dado el soporte teológico, y por otra parte, Francisco, auténtico pastor, conocedor mejor que nadie del hombre actual, con sus angustias y sus gozos, ha conseguido un documento que afronta directamente los problemas actuales. El conjunto de este trabajo en equipo, ha dado como resultado un documento que abre las puertas al diálogo entre fe y razón, al conocimiento humano y divino.
EL MUNDO. VIERNES 19 DE JULIO DE 2013

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