lunes, 21 de abril de 2014

Viernes Santo





Queridos hermanos: nos encontramos en el centro de la Semana Santa, en el día en que nuestro Señor murió en la cruz por nuestros pecados, para abrirnos las puertas del Cielo que estaban cerradas desde el pecado de nuestros primeros padres. Pasaron muchos siglos desde aquella desobediencia de Adán y Eva, que causó la expulsión del Paraíso, la pérdida del estado de gracia, y el triunfo de la muerte sobre la vida. Desde el primer momento Dios se apiadó del hombre, y prometió un mesías que vendría a redimirnos, a darnos todo lo que habíamos perdido, y mucho más. . Hoy contemplamos la cruz de Cristo, y tratamos de descifrar el profundo significado de esta muerte, de esta ejecución del hijo de Dios.
     En el Calvario el Señor nos da ejemplo de obediencia, se hace obediente, obediente hasta la muerte y muerte de Cruz, nos dice S. Pablo. Nuestro Señor sabe que va a morir, pero tiene un rechazo, como todo hombre, al sufrimiento al dolor. En Getsemaní pide a su padre que le libre de la pasión y la muerte, pero acaba diciendo no se haga mi voluntad, sino la tuya. Cristo obedece, y nosotros, hijos de Dios, debemos obedecer. En este mundo no está de moda la virtud de la obediencia, solo se alcanza una especie de sometimiento a las autoridades, cuando ya no hay más remedio. Hoy nos debemos recordar que no hay cristianismo sin obediencia, sin amor e identificación con la voluntad de Dios. Se habla mucho de libertad, de derechos humanos, pero se olvida que somos criaturas hechas por Dios, con un mundo que se nos ha dado, que no hemos construido nosotros. Se habla mucho de personalidad, y se olvida que venimos al mundo cuando Dios quiere, y nos iremos de este mundo cuando Dios disponga.
Obedecer es una palabra que no está de moda, que choca frontalmente con esos deseos de autosuficiencia, de independencia, de estar por encima de toda norma y regla. El cristiano sabe que para seguir al Maestro, tiene que estar unido a los legítimos pastores, al Papa y a los obispos. Hoy se habla mucho de una nueva iglesia, como si la doctrina de Cristo, y su ejemplo, hubiesen caducado. No es la doctrina la que tiene que adaptarse a los nuevos tiempos, sino los hombres los que tenemos que adaptarnos, identificarnos con la doctrina de siempre. Obedecer es algo muy grande, es algo que nos acerca a Jesucristo, que nos libera de esas esclavitudes que quieren dominarnos. Miremos al Papa que tenemos ahora, y escuchemos su palabra. Amemos al Papa actual, y sintamos el orgullo de tener al frente de la iglesia a un Papa, que es fiel a Jesucristo, y por lo tanto, perfectamente identificado con los papas anteriores.
     En el calvario el Señor nos da ejemplo de humildad, de anonadamiento, de renuncia. La sagrada escritura nos dice que no había en El parecer, ni hermosura. Aceptó todo aquel conjunto de humillaciones: la traición de Judas, los insultos de la muchedumbre, las burlas de los soldados. Incluso en la Cruz, uno de los dos condenados con él, se burlaba, le ofendía. Y todo esto sin rechistar, aceptando ese suplicio, como venido de las manos de Dios.
Pensemos nosotros como nos comportamos en la vida ordinaria, como sabemos llevar las humillaciones que provienen de la vida en familia, del trabajo, de la relación con los demás. Cada uno de los hachazos que nos da la vida, debería ser una ocasión para pulir nuestro amor propio, para parecernos a Cristo.

Homilía predicada en la iglesia del Corpus Christi de Palma, el viernes santo de 2014

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