Queridos hermanos:
El evangelio que acabamos de escuchar es
un pasaje del discurso sobre el Pan de Vida que el Señor pronunció en
Cafarnaúm. En este lugar Jesús habló con toda claridad del sacramento de la
Eucaristía, que instituyó en la Ultima Cena. El Señor nos dice que es el pan
vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá eternamente. No
hay opción a falsas interpretaciones: cuando comulgamos, recibimos el cuerpo de
Cristo que se entrega por nosotros.
Dios había preparado al pueblo judío con
el maná que les alimentó durante los cuarenta años que peregrinaron por el
desierto. Fue un milagro extraordinario que Dios padre tuvo con su pueblo, para
que no murieran de hambre en aquellas circunstancias tan adversas, antes de
llegar a la tierra prometida. Pero el maná, siendo un alimento milagroso,
solamente servía para recuperar las fuerzas, no daba la inmortalidad. Como
explica el Señor, los israelitas comieron y murieron.
Pero al llegar la plenitud de los tiempos,
El Hijo de Dios se hizo hombre, vino para dar cumplimiento a todas las promesas
que habían recibido los judíos. Nos dio un alimento que no tiene parangón con
ningún alimento humano, es un alimento que da la inmortalidad. Al recibir la
santa comunión, no es Cristo el que se convierte en nosotros, como ocurre con
cualquier comida. Somos nosotros los que nos transformamos, nos divinizamos,
nos hacemos consortes de la naturaleza divina.
Nunca daremos suficientes gracias a Dios
por el sacramento de la Eucaristía. Desde la Ultima Cena, la Iglesia no ha
cesado de dar gracias a Dios, y ha convertido la Eucaristía en el centro de la
vida cristiana. Los cristianos nos reunimos para celebrar la Eucaristía, dando
gracias a Dios por este don inefable. Bastaría una única comunión en nuestra
vida para conseguir unos efectos extraordinarios, increíbles.
El catecismo de la Iglesia dice que la
Eucaristía culmina el proceso de la iniciación cristiana. Los que han sido
elevados a la dignidad del sacerdocio real por el bautismo, participan por la
eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor. Estas niñas
recibieron en su día el sacramento del bautismo que les confirió el sacerdocio
común de los fieles, participando de la comunión de los santos que existe entre
todos los bautizados.
A lo largo de estos años han recibido
una catequesis en su casa primero, y después en el colegio. Han aprendido a
amar a Jesucristo, a contar con la gracia de Dios para mantener esa lucha
propia de los cristianos. Dios mismo, por medio del Espíritu Santo, ha ido
moldeando sus almas, para que pudiesen recibir la sagrada eucaristía. Además,
sabemos que son las predilectas del Señor, Jesús se encuentra muy a gusto en
medio de los niños.
Hace
unos meses hicieron su primera confesión, recibieron el sacramento de la
penitencia, y aprendieron a pedir perdón a Dios por sus errores,
equivocaciones, por sus pequeñas faltas de amor. Desde entonces, se ha
confesado en varias ocasiones, y el Espíritu Santo se ha ido metiendo en su
alma, transformándolas para que su alma estuviera totalmente limpia. Hoy este
camino llega a su fin: el Señor viene al alma de cada una, para quedarse, para
compartir con ellas su vida.
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