Este verano está resultando especialmente duro, con temperaturas que no dejan de batir récords. En medio de este calor sofocante, el Papa Francisco ha hecho un regalo a la humanidad en forma de encíclica (Laudato Sii), dedicada a la ecología. Aunque es su segunda encíclica, de hecho es la primera ya que la anterior fue elaborada con un documento que le había dejado su predecesor Benedicto XVI. Con gracia, Francisco afirmó que fue una encíclica escrita a cuatro manos.
El
presente documento es una llamada de atención a todos los hombres de buena
voluntad sobre el cuidado de la tierra. A nadie se le oculta el daño
inconmensurable que estamos haciendo entre todos a este planeta, desde todos
los puntos de vista. Los que vivimos a la orilla del Mediterráneo, comprobamos
cada día que es un mar contaminado, con pérdidas irreparables de especies
marinas. El mare nostrum de los
antiguos se ha convertido en el mare
contaminatum. Es necesario que todos tomemos conciencia de la situación de
emergencia en la que nos encontremos, y se tomen las medidas pertinentes.
El
Papa se ha fijado en esta encíclica en aquellas páginas del evangelio en las
que el Señor nos habla de la creación de Dios (el mundo ha salido de las manos
de Dios y ha sido confiado al hombre), y de la providencia divina o cuidado
amoroso que Dios tiene con todas las criaturas, racionales e irracionales. Son
especialmente bonitas las páginas del evangelio donde Jesús habla del cuidado
que Dios tiene de las aves del cielo y de los lirios del campo. Llega a decir
que estos seres están vestidos por Dios con más elegancia que el gran rey del
Antiguo Testamento, Salomón.
Estas
enseñanzas de la religión cristiana siempre han estado presentes en la vida de
la iglesia. Basta recordar a Benito de Nursia del siglo VI, fundador del
monaquismo en occidente, que puso en marcha una gran red de monasterios por
toda Europa, donde siguiendo el lema benedictino “ora et labora” (reza y
trabajo), enseñaba a los campesinos a sacar el máximo rendimiento de sus
tierras, respetando el equilibrio ecológico del lugar.
Y
qué decir de Francisco de Asís del siglo XIII, cuyo cántico da pie al título de
la encíclica “Laudato Si” (Alabado Sea), gran renovador de la vida cristiana en
todo el mundo, volviendo a los orígenes del cristianismo, con una pobreza
total, confiando en la paternidad de Dios que nos dará el alimento necesario
cada día. Recuerda el Papa Francisco que su tocayo Francisco de Asís, quiso que
en los conventos franciscanos hubiese en la huerta, una parcela que no se
cultivase, dejada esta tierra a la voluntad de Dios. Decía Chesterton en la
biografía que escribió de San Francisco de Asís, que Francisco fue el hombre
más humilde que ha existido en toda la historia de la humanidad. Una humildad
que le llevaba a confiar en Dios, amando la obra de la creación.
He
tenido la suerte de conocer a un gran santo del siglo XX Josemaría Escrivá.
Puedo decir que era también un enamorado de este mundo, y llegó a poner como
título de uno de sus escritos “amar el mundo apasionadamente”. Seguía con
interés las noticias ecológicas, y se llevó una gran alegría cuando, como
consecuencia de la purificación, volvieron los peces a vivir en el Támesis a su
paso por Londres. Constantemente en sus conversaciones salían los temas
medioambientales.
Lógicamente
el Papa no propone soluciones técnicas para resolver problemas
medioambientales. Eso es propio de los expertos. Pero, desde su papel de
maestro, nos ha recordado que todos somos responsables de la situación del
planeta tierra, y no podemos disculparnos diciendo que yo no soy experto en
estos temas. En el punto 118 de la encíclica llega a decir que si alguien
pensase que a él no le atañe este problema, caería en una situación de
esquizofrenia, exaltando todo lo técnico, lo factible, sin reconocer a los
demás seres un valor propio.
El
desafío que nos hace el Papa es grande, que se debe traducir en una nueva
relación con la naturaleza. Pero, para eso hace falta una adecuada comprensión
del hombre: “no hay ecología sin una adecuada antropología”
Fernando
Uriol
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