Recuperar la confesión
El Papa
Francisco ha concedido una entrevista al P. Antonio Spadaro, director de la
Civiltà Cattolica, revista publicada por los jesuitas italianos. La
conversación entre el Santo Padre y el periodista fue especialmente larga: más
de seis horas. Como fruto de este coloquio ha salido una larga entrevista de
más de 16 páginas, que ha sido reproducida en la mayoría de las revistas de la
Compañía de Jesús.
Lógicamente
los temas son muchos y variados, pero yo quisiera fijarme en un diagnóstico que
hace el Papa de la iglesia actual. Sus palabras son las siguientes: “Yo veo a la Iglesia como un hospital de
campo después de una batalla. ¡Es inútil preguntarle a un herido grave si tiene
alto el colesterol o el azúcar! Hay que curar sus heridas. Después podremos
hablar de lo demás. Curar las heridas, curar las heridas... Y hay que comenzar
desde abajo”.
Todos
recordamos las películas bélicas, donde los heridos son desalojados del campo
de batalla, y llevados urgentemente a esa tienda de campaña, donde médicos y
enfermeros se afanan en cortar hemorragias, hacer trasfusiones, curar heridas.
Pues algo semejante quiere el Papa para la iglesia actual, una movilización de
cristianos, dispuestos a sacrificarse por los demás, dejando de lado cuestiones
secundarias.
La Iglesia
está celebrando los 50 años del concilio Vaticano II, el último de una larga
serie de Concilios, que comenzaron en la actual Turquía, en el siglo IV, cuando
aquella parte del mundo, llamada Asia Menor, era cristiana. El primer concilio
fue convocado para aclarar la divinidad de Jesucristo, frente a ideas erróneas
que se había difundido entre algunos cristianos. Aunque la doctrina quedó
perfectamente clara, los innovadores no se dieron por vencidos, y a aquella
reunión de obispos siguieron años de división, de profundas heridas entre los
cristianos.
Algo
semejante ha ocurrido con el último concilio, convocado por un Papa santo, Juan
XXIII. Este Pontífice quería una renovación de la iglesia, una puesta al día de
las viejas estructuras eclesiásticas. Lejos de su pensamiento crear una nueva
iglesia, con unos dogmas o una moral distinta de la anterior. Si uno lee los
documentos del Concilio Vaticano II, se da cuenta que hay una absoluta
continuidad con los 20 siglos anteriores, con todos los concilios que han
tenido lugar. Una iglesia nueva no es una iglesia distinta, donde no se
reconocen los valores de siempre, sino una iglesia firmemente convencida de su
misión en el mundo.
Como ocurrió
después de Nicea, aquellos que querían una iglesia distinta no se dieron por
vencidos con el Concilio, y llevamos años de confusión, de disputas estériles
que no conducen a nada. Esa iglesia que cura las heridas de los hombres es una
iglesia sabedora del don que Dios le ha dado, que no es comparable a nada
humano. Una iglesia depositaria de los siete sacramentos, que los administra
con generosidad. Y dentro de este dar el don de Dios, está la práctica del
sacramento de la confesión, auténtica medicina de Dios para curar nuestras
heridas.
Es bien
conocido que el Papa Francisco, en su etapa bonaerense, era un gran confesor,
que cuidaba de modo especial esta parte del ministerio sacerdotal. Es necesario
que los sacerdotes sigamos el ejemplo del Santo Padre, y que los fieles
recuperen la práctica de la confesión.
mandado a El mundo-El Día de Baleares pero no publicado