sábado, 2 de noviembre de 2013

Recuperar la confesión




Recuperar la confesión

El Papa Francisco ha concedido una entrevista al P. Antonio Spadaro, director de la Civiltà Cattolica, revista publicada por los jesuitas italianos. La conversación entre el Santo Padre y el periodista fue especialmente larga: más de seis horas. Como fruto de este coloquio ha salido una larga entrevista de más de 16 páginas, que ha sido reproducida en la mayoría de las revistas de la Compañía de Jesús.
Lógicamente los temas son muchos y variados, pero yo quisiera fijarme en un diagnóstico que hace el Papa de la iglesia actual. Sus palabras son las siguientes: “Yo veo a la Iglesia como un hospital de campo después de una batalla. ¡Es inútil preguntarle a un herido grave si tiene alto el colesterol o el azúcar! Hay que curar sus heridas. Después podremos hablar de lo demás. Curar las heridas, curar las heridas... Y hay que comenzar desde abajo”.
Todos recordamos las películas bélicas, donde los heridos son desalojados del campo de batalla, y llevados urgentemente a esa tienda de campaña, donde médicos y enfermeros se afanan en cortar hemorragias, hacer trasfusiones, curar heridas. Pues algo semejante quiere el Papa para la iglesia actual, una movilización de cristianos, dispuestos a sacrificarse por los demás, dejando de lado cuestiones secundarias.
La Iglesia está celebrando los 50 años del concilio Vaticano II, el último de una larga serie de Concilios, que comenzaron en la actual Turquía, en el siglo IV, cuando aquella parte del mundo, llamada Asia Menor, era cristiana. El primer concilio fue convocado para aclarar la divinidad de Jesucristo, frente a ideas erróneas que se había difundido entre algunos cristianos. Aunque la doctrina quedó perfectamente clara, los innovadores no se dieron por vencidos, y a aquella reunión de obispos siguieron años de división, de profundas heridas entre los cristianos.
Algo semejante ha ocurrido con el último concilio, convocado por un Papa santo, Juan XXIII. Este Pontífice quería una renovación de la iglesia, una puesta al día de las viejas estructuras eclesiásticas. Lejos de su pensamiento crear una nueva iglesia, con unos dogmas o una moral distinta de la anterior. Si uno lee los documentos del Concilio Vaticano II, se da cuenta que hay una absoluta continuidad con los 20 siglos anteriores, con todos los concilios que han tenido lugar. Una iglesia nueva no es una iglesia distinta, donde no se reconocen los valores de siempre, sino una iglesia firmemente convencida de su misión en el mundo.
Como ocurrió después de Nicea, aquellos que querían una iglesia distinta no se dieron por vencidos con el Concilio, y llevamos años de confusión, de disputas estériles que no conducen a nada. Esa iglesia que cura las heridas de los hombres es una iglesia sabedora del don que Dios le ha dado, que no es comparable a nada humano. Una iglesia depositaria de los siete sacramentos, que los administra con generosidad. Y dentro de este dar el don de Dios, está la práctica del sacramento de la confesión, auténtica medicina de Dios para curar nuestras heridas.
Es bien conocido que el Papa Francisco, en su etapa bonaerense, era un gran confesor, que cuidaba de modo especial esta parte del ministerio sacerdotal. Es necesario que los sacerdotes sigamos el ejemplo del Santo Padre, y que los fieles recuperen la práctica de la confesión.

mandado a El mundo-El Día de Baleares pero no publicado