Funeral de Viki en la Basílica Pontificia de S. Miguel (28.IX.13)
Queridos
hermanos nos hemos reunido en esta basílica pontificia, iglesia de la
nunciatura, y, por tanto, la iglesia del Santo Padre en España. A esta iglesia
venían mis abuelos, mi padre y sus hermanos, cuando vivían cerca de aquí, en la
calle del Rollo. En esta iglesia recibí yo mi ordenación sacerdotal, junto con
otros 50 miembros del Opus Dei. Aquí bauticé a mi sobrina Paloma, y en esta
iglesia celebramos el funeral de mi padre hace cinco años. Cuantas veces vino
Viki a esta basílica para asistir a la Santa Misa, para acompañar al Señor en
el Sagrario.
Mi padre dispuso en su testamento
que fuera su hijo sacerdote el que celebrara sus exequias fúnebres: quería que
se rezase por el eterno descanso de su alma, siguiendo esta piadosa tradición
que procede de la época apostólica. En el caso de nuestra hermana Viki, mis
hermanos han interpretado su voluntad, y me han pedido que sea yo el que
predique su funeral. Con cariño y con dolor, quiero decir unas pocas palabras
que os ayuden a levantar la mirada hacia lo alto. Me consuela recordar unas
palabras de un padre de la Iglesia, S. Cipriano de Cartago: «Ésta es la diferencia entre
nosotros y los que no conocen a Dios : ellos en la adversidad se quejan y
murmuran; a nosotros las cosas adversas no nos apartan de la virtud ni de la
verdadera fe. Por el contrario, éstas se afianzan en el dolor» (De mortalitate 13).
Amor al Señor.
Viki era una mujer de fe, que creía en Jesucristo, Hijo Único de Dios, Dios y
hombre verdadero, que se encarnó por nosotros y murió en la cruz para abrirnos
las puertas del Cielo. El mejor amigo de Viki fue el Señor, cuantas horas de su
vida pasó en dialogo con El, cuantas
horas de su vida pasadas junto al Sagrario. En un momento de su vida, Cristo le
dijo como a los apóstoles: ven y sígueme, y ella comprendió cual era el sentido
de su existencia, porque Dios le había dado el don de la vida y el don de la
fe. Jesús le dijo rema mar adentro, abandona el confort de una vida fácil,
cómoda, aburguesada, complícate la existencia, participa de este proyecto de
vida que yo comencé hace 20 siglos. Ella sintió que valía la pena, que todo lo
que había ocurrido antes de esta decisión de entrega, era una preparación para
esta misión divina. Con el Señor acometió todos los trabajos, todas las
dificultades, todos los problemas que se plantearon a lo largo de su vida. Con
el Señor disfrutó, gozó, se alegró porque con El no hay penas que no se
transformen en alegrías.
Amor a la iglesia. Siguiendo la tradición cristiana de
siglos, nuestros padres nos bautizaron a los pocos días de nacer, y así tuvimos
un nuevo nacimiento a la vida sobrenatural. Con el bautismo comenzamos a formar
parte de esa gran familia que es la Iglesia, cuerpo de Cristo. Como cualquier
otra niña de una familia cristiana, recibió la primera comunión, y fue
confirmada. Ella se sentía orgullosa de haber recibido estos sacramentos, se
sentía orgullosa de ser hija de la iglesia. Tenía la firme convicción de que la
iglesia no es un invento humano, es la esposa de Cristo, santa, inmaculada, sin
una arruga, aunque los cristianos seamos pecadores. Cuantas veces la oí hablar
del amor al Papa, sea quien sea. Cuantas veces la oí hablar del amor a los
sacerdotes. Se sentía orgullosa de tener un hermano sacerdote, de que el Señor
se hubiese fijado en alguien de la familia para prestarle sus manos y su voz.
Nunca la oí una crítica, una murmuración contra la jerarquía. Recuerdo que una
vez la presenté a un obispo en la estación de Atocha, con motivo de la jmj.
Ante aquel sucesor de los apóstoles, Viki se sentía llena de veneración y
respeto.
Amor a la Obra. Dios quiso que la siguiente de mi
familia que pidiera la admisión en el Opus Dei fuera Viki. Sin dejar de querer
a los suyos, se dio cuenta que Dios le había dado una familia sobrenatural, y
amó a la Obra como sólo se puede querer a los miembros de tu familia. Sacó
adelante los encargos que se le fueron haciendo a lo largo de su vida, sin una
queja, sin ahorrarse ningún esfuerzo. Disfrutaba en Navidades cuando iba a la
sede de las Directoras de España, viendo a tanta gente, y se procuraba quedar
leyendo las felicitaciones de Navidad de todo el mundo que llegaban a Madrid.
Siendo muy madrileña, su corazón era universal. Sabía que la Obra es católica,
que significa universal, para todos los pueblos de la tierra. Rezaba por
aquellas regiones donde había más dificultades, por aquellas regiones que
estaban empezando. El amor a la Obra no se desgastó con el paso de los años,
antes bien, cada vez estaba más feliz de haberle dado el corazón al Señor en el
Opus Dei.
Hoy nos mira desde el Cielo, nos acompaña en esta misa
exequial, y nos consuela en esta pena que todos los que la conocimos tenemos.
Ella está cerca de la Virgen, a la que veneramos en Madrid con la advocación de
nuestra Señora de la Almudena. Pedimos a Viki: ayúdanos a querer a la Virgen
como tu la quisiste.
Homilía predicada en el Funeral de Viki en la Basílica de S. Miguel de Madrid, el 27 de septiembre de 2013